
Tomado de Cubadebate
04/09/2017
¡No se hablaba de otra cosa en la ciudad! Una atmósfera de dolor e impotencia ceñía a sus habitantes. Era 4 de septiembre de 1997, un jueves que pudo pasar inadvertido. Pero aquel año no se cansaban de sembrarle explosivos a La Habana. A la Isla le dolían sus extrañas.
La joven especialista en Medicina Legal, Yleana Vizcaíno Dimé, estaba de guardia junto al equipo que habitualmente la acompañaba. Transcurrían las 8:00 p.m. y estaba lejos de imaginar cuántas veces le pedirían que recordara aquella noche.
“Nos llega la información que iban a trasladar el cadáver de un extranjero, que había fallecido producto de las explosiones. A partir de ahí se desencadenó el mecanismo habitual para estos casos, la autoridad competente realizó la solicitud de la necropsia y la hicimos”, rememora Yleana, una mujer que convence con la mirada.
Entre las 12:11 y las 12:31 horas de aquel jueves, una avalancha de bombas había trastocado a tres hoteles de la capital cubana —Copacabana, Tritón y Chateau Miramar—. Y como si el ensañamiento hubiese sido poco para un día, a las 11:00 p.m., otro artefacto explotó en el restaurante La Bodeguita del Medio, justo cuando el autor material de los hechos, Ernesto Cruz León, confesaba que cumplía órdenes y que su motivación era monetaria.
A esa hora, la doctora Yliana había concluido la autopsia de un joven llamado Fabio Di Celmo, el italiano de 32 años —solo un año mayor que ella— víctima de un acto terrorista en el lobby del Hotel Copacabana.
“Murió mientras lo trasladaban para el hospital, no fue posible extraerle la esquirla de metal que le seccionó el paquete vásculo-nervioso, llegó muy profundo. Aquí pudimos ver las características de las heridas, de tamaño considerable”, ilustra la forense cubana 20 años después.
Mortal por necesidad

El cadáver de Fabio di Celmo. Foto: Archivo.
En la biblioteca del Instituto de Medicina Legal, la doctora Vizcaíno comenta algunos de los resultados de la necropsia de Fabio, el hijo menor de Ora y Giustino:
“El objeto que le causó la muerte era como una estrella de las que usan los ninjas, cortó y penetró por la fuerza de la explosión. El explosivo fue colocado en un cenicero de metal y por la deformación que hace el efecto de la onda expansiva se convirtió en eso, un objeto metálico que salió como un disparo y lesionó los vasos y nervios importantes del lado izquierdo del cuello, provocando una herida incisa-penetrante”.
Reportes de prensa de aquellos días intentaron —cínicamente— responsabilizar a las autoridades cubanas de no neutralizar los planes, de no ofrecerle asistencia médica inmediata al turista italiano o de involucrar a terceros, ocultando el nombre del legítimo autor intelectual de los hechos.
“La fuerza de la explosión fue tal que llegó a penetrar y lesionar los huesos de la columna vertebral. No era posible realizar ninguna intervención por muy rápido que fuese, por muy cerca que estuviese el centro asistencial. Era una lesión mortal por necesidad que causó un sangramiento masivo imposible de detener. Aun si recibía asistencia médica, tal y como sucedió, iba a fallecer”, certifica la especialista en Primer Grado en Medicina Legal.
Esquirlas y no flores

Así quedó el lobby del Hotel Copacabana. Foto: Archivo/ Juventud Rebelde.
En 1998, Luis Clemente Posada Carriles confesó ante la grabadora de la periodista estadounidense Ann Louise Bardach ser el autor intelectual de la cadena de explosiones ocurridas el 4 de septiembre de 1997 en La Habana. Le aseguró a Bardach que trataron “de poner explosivos pequeños, porque no queremos herir a nadie, simplemente hacer un escándalo y que los turistas no vengan más”.
Yleana recuerda fragmentos de aquella entrevista y el rostro se le contrae. Sin embargo, su profesionalidad le impide trastornarse; ante las palabras absurdas y retorcidas de un terrorista responde con evidencia.
“Básicamente un homicidio es la muerte de una persona por otra, con independencia del arma, de los medios para lograr un objetivo. Si una persona pone un artefacto explosivo en un lugar, indiscutiblemente, sabe las consecuencias, porque un artefacto explosivo no lanza flores, lanza esquirlas que pueden causar daño y que pueden matar, como en este caso. Entonces, estamos hablando de la muerte de una persona por otra. Un homicidio. Es imposible que traten todo el tiempo de tergiversar esto”, afirma la doctora Vizcaíno.
Luego de una pequeña pausa, la experta prosigue: “De ese personaje no podemos esperar otra cosa, su intención no era esa, ‘él no quería, pero murió, qué pena’. Ese es el mayor irrespeto por la vida de una persona, por el joven que su bomba mató en La Habana”.
En aquella entrevista, Posada no pudo callarse y dejar de boconear sangre fría. Fue allí donde dijo: “No pasó nada, pero le cortó la yugular. Triste, vaya. Es triste, porque no fue intencional, pero no podemos parar… Ese italiano estaba en el momento equivocado, en el lugar equivocado”. El asesino tornó la víctima en culpable.
La verdad

Catorce años después del hecho y ante un tribunal internacional, la doctora Yleana Vizcaíno Dimé expuso la evidencia y el testimonio sobre sus práctica profesional al examinar el cadáver de Fabio Di Celmo. Pero allí no se juzgaba a Posada Carriles por asesino, sino por ofrecer falsas declaraciones ante el Departamento de Inmigración en los EE.UU y cometer perjurio.
Llevaron a juicio al terrorista por mentiroso, apunta la forense cubana. Comenzaron a preparar la causa con antelación, “primero, los fiscales y el FBI contactaron con nosotros para hacernos preguntas muy profesionales y técnicas sobre lo que había sucedido: ¿qué pasó?, ¿cuáles son las causas de la muerte?, ¿cuál es el mecanismo de producción de la muerte? O sea, todo lo relacionado con nuestra pericia. Contaron con toda nuestra disposición, en definitiva somos peritos y hay que ilustrar la actividad donde quiera que se solicite”.
En el año 2011, la doctora recibe una citación especial del Departamento de Estado y de la Fiscalía. Asiste durante 36 días al juicio en El Paso, Texas. “Fueron momentos tensos, porque era la primera vez que participaba en un juicio internacional y porque sabía que nuestro trabajo y lo que dijéramos allí podía ser tergiversado y volver como un boomerang. No obstante estábamos convencidos de que lo que habíamos hecho y eso es lo que fuimos a decir allí”, afirma Vizcaíno Dimé.
A la forense cubana le correspondió testificar el 24 de febrero y allí, ante la justicia estadounidense dejó bien claro que la bomba que estalló en el Hotel Copacabana, el 4 de septiembre de 1997, lanzó una esquirla de metal que le cortó la yugular a un joven de 32 años, a Fabio Di Celmo.
“Trataron de desacreditar el trabajo que hicimos como peritos, pero nosotros como peritos al fin, aunque parezca tonta la redundancia, nos apegamos a la verdad. Siempre ellos nos hicieron algunas preguntas capciosas, pero la Fiscalía tuvo a bien pararlas. Nos sentimos cómodos, porque estábamos diciendo justamente eso, lo que hicimos”, comenta Yleana Vizcaíno, graduada del Instituto Superior de Ciencias Médicas de La Habana en 1989.
Posada estuvo imperturbable durante aquel juicio, cuenta la especialista. “Él no tiene el menor respeto por la vida. Además, no tenía por qué sentir miedo, se juzgaba por mentiroso y no por ser el autor intelectual de actos de terrorismo”.
La justicia estadounidense es tan pródiga en fallos inverosímiles que puede hacer sentir derrotado a cualquier profesional, mas si este demostró con pericia un homicidio y el culpable salió impune por los portones de la corte. Pero la forense Vizcaíno no se siente así.
“Cuba puso a su disposición las personas encargadas de demostrar lo que ocurrió, se procesó tal y como el propio Posada lo acepta. Le brindamos al tribunal la evidencia, nuestra pericia y conocimientos, demostramos que era un homicidio. Pero ellos lo toman o lo dejan. Y ya ven, Posada sigue caminando, como decimos los médicos, deambulando sin dificultad. Pero nosotros estamos convencidos que lo hicimos bien, que no mentimos y que la verdad salió. Insisto, nuestra verdad no, la verdad”, dice categóricamente Ylena.
Hay casos en los que la indiferencia, la impunidad o el corazón endurecido evocan la clásica imagen del avestruz, con la cabeza hundida en el hoyo de arena o en el recurrente lodo. Pero esta ave corredora necesita ver la luz, ¿algún día se hará justicia con el muchacho del Copacabana?
La doctora Yleana responde: “Confío que un día juzguen a Posada por ser el autor intelectual de los atentados de La Habana aquel 4 de septiembre de 1997, siempre que no esté en los Estados Unidos, y por todo lo que ha hecho, que no es solo el homicidio de Fabio Di Celmo. Algún día él deberá ser juzgado”.
Descargue en PDF (4,1 Mb) el libro Fabio: el muchacho del Copacabana
En video, la reconstrucción de los hechos por Cruz León.