
Por Rosa Miriam Elizalde/Cubadebate
Ya sabíamos de la sutil adecuación del lenguaje a los fines políticos. El concepto de “promoción de la democracia”, que el gobierno de Estados Unidos ha utilizado para Cuba, solo sustituyó otro término cargado de resonancia peyorativa, como un conjuro mágico por el que se deseaba exorcizar la realidad. “Promoción de la democracia” suena menos peligroso que “subversión” o “intervención en los asuntos internos de otro país”, pero llámese como se llame, los fines no dejan lugar a la ambigüedad.
El gobierno de Cuba lleva décadas alertando este fenómeno, y a pesar de las múltiples evidencias que ha puesto sobre la mesa, parece haber predicado en el desierto. La paradoja es que ni Reagan, ni Bush padre, se lanzaron en este juego sucio. Las administraciones de George W. y Obama no solo ejecutaron la política del cambio de régimen en nombre de la exportación de la democracia, sino que la sostuvieron de manera imprudente, violando los propios términos de la ley estadounidense.
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