PABLO GIULIANO / EL TELEGRAFO – Desde su cuna política y al lado del exmandatario uruguayo José Mujica, el expresidente brasileño Luiz Lula da Silva, lanzó un aviso: “He aprendido una cosa. Solo matas a un pájaro si se queda quieto en la rama; si se mueve, no lo cazas. Y yo volví a volar otra vez”.
Ante un auditorio colmado en Sao Bernardo do Campo, Gran Sao Paulo, donde reside y construyó su vida sindical y política en los años 70, Lula dio un mensaje cada vez más cercano a que la oposición se las tendrá que ver con él en 2018. Y es por eso que las críticas hacia el gobierno de Dilma Rousseff hechas por la derecha se están corriendo hacia Lula, el presidente que dejó el cargo el 31 de diciembre de 2010 tras 8 años de gobierno con casi el 90% de popularidad.
La figura de Lula ha ganado cada vez más relevancia en las manifestaciones de la extrema derecha. El viernes en Sao Paulo integrantes de los grupos extremistas llamados ‘Brasil Melhor’, ‘SOS Brasil’ y ‘Movimento Brasil’ pasearon por la mayor ciudad del país un muñeco inflable de 10 metros de altura con la figura de Lula vestido de presidiario. El muñeco fue llevado hasta la TV opositora Globo y a la alcaldía, que es gobernada por el Partido de los Trabajadores (PT). Una militante de la juventud socialista pinchó el muñeco. El tema tuvo más relevancia en los medios que el propio atentado con bomba que sufrió hace tres semanas el Instituto Lula en Sao Paulo. Pero este escenario deja abierta una cuestión. Haciendo la parábola con el muñeco inflable de Lula que cuesta 5.000 dólares: cuánto más se infla al muñeco, más crece la imagen del que fue el líder más popular de la historia reciente de Brasil.
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